Recuerdo cuando por allá en el 2019, siendo estudiante, mi universidad, la Universidad de Lima, decidió renovar su logo: Las redes sociales de la comunidad estallaron en comentarios expresando su disconformidad con el cambio. Hoy la protagonista de una historia similar es la Universidad San Martín de Porres. Los motivos son los mismos: un cambio de logo que, ¿sorpresa?, parece no gustarle a la mayoría.
¿Podría ser que este extraño patrón, que ocurre y seguirá ocurriendo, tiene más que ver con costumbre que con diseño?.
Caso UL
Lo que apreciamos aquí son, en orden, el logo antiguo y el nuevo logo en sus dos variantes: una comercial y otra formal.
En síntesis, el cambio apuntaba a una versión más minimalista, que prescendía de las águilas en la variante comercial y destacaba la estrella como símbolo.
De un momento a otro, los estudiantes (incluyendo ingenieros) nos transformamos en especialistas en branding. Las críticas empezaron a llover con argumentos más propios de la melancolía que de una tesis, haciendo evidente una realidad: extrañábamos el logo antiguo.
Así mismo, empezaron a nacer comparaciones, bien merecidas, entre el logo de la universidad con el de otras marcas:
El parecido es destacable, por lo que aquí ya no hablamos de melancolía, pero lo cierto es que pertenecían a organizaciones tan próximas a Perú como la misma Muralla China. En pocas palabras: parecía más una búsqueda de razones que un análisis honesto.
Como era de esperar, asuntos más importantes como los parciales y las amanecidas de última hora, consiguieron que el tema fuera poco a poco diluyéndose en el olvido.
Caso USMP
Con motivo de celebrar sus 60 años de existencia, la USMP decidió hacer lo mismo que la Universidad de Lima: apostar por un rebranding minimalista.
Uno que por cierto recuerda a cierto logo de una famosa franquicia de videojuegos:
El nuevo logo de la San Martín de Porres me recuerda a algo. 😅#USMP pic.twitter.com/3JbfUD3mCX
— Fabio Ciudad (@fabiociudad) May 17, 2022
Al igual que con la Ulima, el tema generó polémica por lo que consideraban un cambio innecesario y mal ejecutado. Parece que el mal diseño fuera tan evidente que la única explicación plausible es que lo haya diseñado Matt Murdock.
Pero… ¿realmente es así?
Siempre ocurre lo mismo
Te propongo lo siguiente: Cada vez que surja alguna publicación sobre cambios de logo, de cualquier marca reconocida, observa los comentarios y apunta la reacción mayoritaria.
Ten casi por seguro, que esta reacción será negativa.
Quizá ni siquiera es algo que necesites documentar, porque si tienes intereses en torno al marketing, este hecho ya lo habrás constatado.
Esto no quiere decir, sin embargo, que no existan los malos rediseños. Los hay, pero su identificación se torna difusa ante esta reacción tan común por parte del consumidor.
Algo así como una parábola del pastorcito mentiroso pero en donde el lobo es un “mal diseño” y el pastorcito no miente, sino que se deja llevar por el sentimiento.
De esta forma, la objetividad queda sepultada por un factor de apego/costumbre que reina sobre la percepción. Lo cual, en última instancia, complica la labor del profesional del branding para poder tomar decisiones o proponer soluciones creativas.
La reacción no es la respuesta
¿Qué reflexión podemos obtener de esto?
Simple: No resulta preciso medir o juzgar un trabajo de rebranding por la reacción inmediata percibida del público.
Resulta más inteligente medir el trabajo de rebranding a partir de un mediano a largo plazo. De esta manera, el tiempo puede ayudarnos a determinar si el malestar era una cuestión del “calor del momento” (como pasó con mi universidad), y por el otro, contaremos con data fresca y real en torno al desempeño de este cambio. Es decir: información objetiva.
Dicho esto, si en los próximos años una pandemia zombie empieza a arrasar con el país, al menos sabremos quién es el responsable.
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